Y ahora otro libro más sobre cigarros, o puros, dirá alguien. Sí, pero este no se parece en nada a los demás. Conozco bien a sus autores, Guillaume Tesson y Luc Monnet, que se encuentran entre los más inestimables colaboradores de L?Amateur du Cigare, revista que fundé en 1994. Y no acostumbro a repartir elogios a la ligera: cuando digo inestimables, quiero decir que ambos se han convertido en pilares fundamentales de la revista. El mundo del cigarro implica un gran número de cuentistas e impostores que pretenden conocer este universo, sin duda uno de los más complejos y herméticos. Penetrar en el universo codificado y a menudo sibilino del cigarro es tan difícil como introducirse en la cámara secreta de la pirámide de Gizeh. Mientras que el campo del vino se descifra fácilmente, el del tabaco sigue siendo impenetrable. Tras Lévi-Strauss, que mostró la importancia del tabaco en las prácticas rituales y mágicas de los indios sudamericanos (lo seco y lo húmedo), sabemos que el tabaco, don de la divinidad suprema, no es una planta cualquiera. Induce la sombra y el misterio, practica extrañamente la discreción y obliga a aquellos que la cultivan o la transforman a adoptar un tipo de confidencialidad como si hubiera una verdad oculta. Evidentemente, no existe ningún secreto aunque a sus actores les guste creerlo así (o hacerlo creer).