Una lingüística realista debe cumplir varias condiciones, al tiempo que supone una manera particular de observar los problemas y de efectuar los análisis. Quizás las tres características más evidentes de esta forma de hacer lingüística sean las siguientes: emplear datos obtenidos con textos naturales (antes que en el laboratorio o por medio de la introspección), focalizarla observación en los hablantes y en la interacción que sostienen (más que en las lenguas como objetos abstractos fuera de contexto), y tomar como objeto de investigación la comunidad de habla antes que en la competencia de individuos idealizados. Los corpus orales, por otro lado, son la materia prima más evidente de la sociolingüística variacionista, aunque desde luego no la única. Y hoy, que disponemos en México de varios cuerpos de proceso de levantamiento, transcritos y accesible en mayor y menor medida, parecía un buen momento para reflexionar en lo que se lleva adelantado y, desde luego, en lo mucho que queda por hacer. La perspectiva realista, caracterizada por la explicitud enunciativa a la hora de emprender las discusiones, es aplicable en un amplio rango de problemas y comunidades lingüísticas y desde luego a lenguas expuestas en muy diferentes condicionamientos sociales, desde situaciones al borde de la extinción lingüística hasta los múltiples contactos derivados de la movilidad del mundo actual. En ese sentido, dentro de este libro se estudian aspectos que tocan al ixcateco, el chichimeco, el náhuatl, el otomí, la lengua de señas mexicana y el español. En cuanto a este último, se consideran materiales de la Ciudad de México, de Yucatán, Nuevo León, Sonora y Jalisco, así como del español de España, de Argentina y de los Estados Unidos, y del habla culta de varias ciudades hispanoamericanas.
