Cada ser humano es único y está en continua evolución, de tal modo que, biológica e intelectualmente, en cada momento es distinto de como era en el momento precedente y de cómo será en el ulterior. Incardinados en estructuras fisicoquímicas temporales y putrescibles, hombres y mujeres están dotados de la capacidad distintiva de crear y de volar sin límites en el espacio infinito del espíritu. Esta desmesura creadora es la esperanza de la humanidad, porque lo inexorable se repliega ante la invención, eliminando las adherencias de toda orden que, poco a poco, logran minar las facultades que permiten a cada ser humano ser dueño de su destino.