Es una queja que se oye con demasiada frecuencia: «¡No tengo tiempo!», aplicada tanto a los seres queridos como al trabajo, los amigos, los gustos personales o a uno mismo. Vivimos en una cultura con hambre de tiempo. Las encuestas indican que nuestro tiempo libre ha disminuido un 37 por ciento en los últimos veinticinco años, mientras que el tiempo que trabajamos se ha alargado un día más. A medida que el ritmo de vida se acelera, la res-puesta de la persona equilibrada es no seguirlo, sino frenarse, hacer una nueva valoración y dedicarse más a lo que tiene sentido y menos a lo que provoca tensión.