Me enviaron al presidente George W. Bush a finales de 2001, cuando las presiones de mantener una frágil economía, investigar el fraude capitalista a gran escala, seguir una estrategia perseverante en los crecientes abusos medioambientales de Estados Unidos y librar una internacional guerra con el terror ´ empezaron a pasarle factura.
Era obvio que el presidente necesitaba ayuda. Mediante mi patentada Terapia de Lápices de Colores, intentó encontrar, en los meses siguientes, una nueva forma de expresar sus miedos, esperanzas y deseos más oscuros a través del arte.
Algunos de sus trabajos más reveladores se han reunido en estas páginas. Por primera vez disponemos de una iluminadora comprensión sobre cómo funciona el cerebro presidencial: su confianza en sus ´ hombres especiales ´, su curiosa e inquietante obsesión por las pistolas y las ´ bombas ´, su profunda comprensión de la diplomacia internacional su reveladora relación con el primer ministro Tony Blair. Los resultados hablan por sí solos. La terapia continúa.
