La poesía de Josué Ramírez es adicta a la deriva, no provoca serenidad sino inquietud y curiosidad, no adormece en la hamaca del ritmo sino despierta a la vigilia e incluso a la incomodidad, leer a Josué es difícil como subir una montaña o caminar en el desierto. Esta poesía no tiene zona de confort, tiene visiones, hallazgos como estrellas fugaces y su belleza recuerda a un edificio en construcción o a una ruina.