Francisco Magaña es un poeta singular en la poesía mexicana mírelo uno desde donde lo mire. No es el único poeta de su generación con preocupaciones religiosas, tampoco el único que usa el versículo y la prosa combinados con el verso corto y la imagen luminosa, pero su manera de hacerlo sí no parece tener parangón. Su religiosidad, por muy revestida que esté de los hábitos -palabra que da título a uno de sus libros- es una continua sorpresa, una revelación de lo esperado. En Una voz que nos dejó el exilio -libro que tuvo una edición anterior en Argentina- todo es transparente y todo es enigmático, pero tal vez lo más intrigante sea esa primera persona del plural que se articula en cl titulo: una experiencia individual que es sin embargo colectiva. Pero ese nosotros no es sinónimo de legión sino de escogencia, de unas afinidades electivas de la experiencia misma. El poeta consigue cada vez más un dibujo alado y preciso, sólo en la manera plena del yo encuentra ese nosotros, y esa voz, ese exilio, que si -como insinúa el título- estuvo aquí pero ya se fue, el poeta vive un doble exilio, un exilio subrayado, un exilio del exilio que no es -no puede ser- un regreso.
