Pocas actitudes están mejor vistas socialmente y necesitan menos defensa que el optimismo. Muchas personas viven creyendo que en el futuro desaparecerán las enfermedades, que la buena disposición anímica es la clave para superar las adversidades, que una comunidad de individuos libres es compatible con la igualdad social, que podemos conseguir cualquier cosa que nos propongamos si la queremos con suficiente intensidad... ¿Pero qué ocurre cuando nuestro optimismo se vuelve tan desmesurado que no nos deja calcular correctamente nuestras posibilidades de éxito? En casos así, cuando las expectativas se frustran, los optimistas, en lugar de reconsiderar sus objetivos, señalan a los grupos de éxito (particulares, ciudadanos, grupos sociales) como los responsables de su fracaso. De este sentimiento germinan las políticas del resentimiento que al perseguir la utopía de la igualdad social, cultural, económica y educativa le provocan un daño quizás irreparable a las instituciones, las tradiciones y las costumbres que posibilitan que los seres humanos convivan civilizadamente. Contra este optimismo sin escrúpulos, Roger Scruton reivindica un pesimismo crítico y lúcido, amigo de la espontaneidad y la iniciativa personal, capaz de ajustar cuentas con el pensamiento más autocomplaciente y el papanatismo de lo políticamente correcto que están desmantelando el espacio público.