Desde la segunda mitad del siglo pasado, caligrafías, placazos, graffiti y murales devinieron elementos importantes como recursos expresivos de los jóvenes y se sumaron a la añeja complicidad de calles y paredes con demandas obreras, campesinas, estudiantiles y de grupos políticos que buscaban mejores condiciones de vida y mejores mundos para vivir. En ellas, las pintas contenían demandas étnicas, de clase, nacionalistas y revolucionarias.áPlacazos y graffiti se asociaron a estilos e identidades juveniles inscritas en adscripciones sociales más amplias. La cultura de los cholos recurría a referentes de clase que reflejaban su situación popular, así como la orgullosa apropiación de elementos simbólicos indígenas y mexicanos que les diferenciaba de la cultura hegemónica al incorporar elementos de orgullo y resistencia cultural. De la misma manera, la irrupción del movimiento grafitero asociado al hip hop, emergió enarbolando códigos anclados a los problemas del barrio y el ghetto, denunciando la opresión, el racismo y las precariedades de la vida cotidiana; sin embargo pronto amplió sus técnicas, temas y estilos.áEn este libro hacemos nuestro propio recorrido por las expresiones grafiteras de la ciudad de Tijuana, a partir de placazos, graffiti y murales juveniles. También nos acercamos a nuevas intervenciones culturales que recurren al mural como forma artística que convive, se vincula, se transmuta o se distancia de ellas.
