En el centro de Alabanza del amor, el autor dialoga con sus dioses tutelares, sus muertos, sus vivos y los restos supervivientes del tiempo, con los lectores que se sumergen en esta sinfonía de palabras, letras e intenciones. Irreverente con las formas, fidedigno con lo esencial, el poeta entrega el fragor del paisaje de una mística personal. El lector encontrará en este breve poemario el encanto de una eternidad, la de la palabra transformada en colores absolutamente humanos.