En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo, el cual, de tanto leer libros de caballerías* se volvió loco y decidió hacerse caballero andante y salir por el mundo en busca de aventuras, imaginando revivir todas aquellas soñadas y disparatadas historias que había leído. Para ello, limpió y remendó unas viejísimas armas que estaban olvidadas en un rincón de su casa, y se puso a sí y a su caballo unos nombres sonoros y significativos, a la manera de los que había leído en aquellos libros que le habían trastornado. Se llamó a sí mismo don Quijote de la Mancha, y a su caballo le puso Rocinante. Luego, como no era posible que tal caballero no tuviese su dama, pensando en una moza de un pueblo vecino, de la cual anduvo enamorado en su niñez, la tomó por señora de sus pensamientos, llamándola Dulcinea del Toboso.
