Me gustan con locura las excursiones a un mundo que creemos descubrir, las sorpresas súbitas ante costumbres que ni siquiera podíamos sospechar, la constante del pensamiento. Pero hay una cosa, sólo una, que me arruina esas exploraciones encantadoras: la lectura de guías de viaje.Más que describir los paisajes o los lugares visitados, el escritor francés de testimonio de la perplejidad que le produce el encuentro con un mundo, unas costumbres y unas gentes del todo diferentes, que no siempre consigue comprender. Maupassant convive con las tribus nómadas en el desierto de Sáhara y descubre los devastadores efectos de sol en esa parte del mundo, la verdadera soledad de unos hombres que a fuerza de resistir a un medio tan hostil parecen indestructubles.Y así, aprovechando cualquier pretexto para compartir la rutina de los habitantes nativos y de los adoptivos sus compatriotas ,á el autor nos muestra la complejidad de un país que abarca un vasto territorio lleno de contrastes, desde las grandes extensiones desérticas de Sáhara, hasta la fértil y poblada llanura de la Mitidja, las zonas montañosas en la región de Cabilia, o los frondosos vergeles del valle de Bu-Saada. Y en cada nueva región lo sombran sus habitantes, unas veces sólo de hierbas, los escorpiones o los resistentes camellos, y otra vez a causa de su ceguera y obstinación.
