Antes se pensaba que la educación solucionaría todos nuestros problemas, que por ella la sociedad obtendría satisfactores totalmente distintos a las precariedades que se adolecían. Se soñaba que los jóvenes serían un modelo de la aspiración humana, con un proyecto ético de vida. Por ello la educación pasó a ser un derecho universal y se invirtió en ella. Pero hoy tenemos lugares -miles de espacios- en los que no se ha logrado atender el analfabetismo cabalgante, infinidad de jóvenes no tienen acceso a la educación media superior ni superior y pese a que en diversas partes del planeta existen centros universitarios admirables por su capacidad, los problemas esenciales de adelanto y convivencia humana subsisten y aún están muy enconados en las sociedades contemporáneas. Los padres cada vez se comunican y entienden menos a sus hijos, los profesores se quejan de los estudiantes y los gobiernos no dejan de equivocarse con sus gobernados, en fin, somos un mundo nuevo en las comunicaciones, las tecnologías yen la ciencia, pero en lo principal, en la vida cara a cara, las cosas se complican, las comprensiones se vencen ante la intolerancia de las explicaciones. Como indicadores de confianza y certeza predomina el evidencialismo y la certificación (los títulos y diplomas educativos, la cuantificación de los progresos), pero están desvaloradas las conductas que hacen al niño pensar y preguntar, al joven inventar y al anciano soñar. Poco incumben en la mundialización los procesos de pensamiento y sentimiento. Abanderamos este tiempo con el signo del conocimiento, como si el pasado hubiera sido creado por aprendices. Se ha borrado la idea de presente, en manos de una mercadotecnia insaciable por adelantar un futuro que aún no es nuestro. Entonces nos volvemos hacia la conocida pregunta: cómo habremos de educar al hombre de este tiempo, en una circunstancia acotada por la complejidad y la incertidumbre, para lograr la anhelada elemental concienciación y crecimiento interior. La respuesta deberá estar muy cercana a las nociones valorativas que se tengan de juventud, ciudadanía, identidad, responsabilidad, convivencia, por parte de los educadores y de aquellos que participan en estas causas. En fin, habremos de educar en la lentitud de la existencia humana, sin pausa y sin prisa, volteando hacia atrás para comprender y mirando hacia adelante para vivir. Eso es lo que pretendemos al escribir este trabajo, en el que han participado buena cantidad de personas con perspectivas y sensibilidades, experiencias y formas de ver la educación, la historia y tantas cosas que no se pueden cifrar, debido a la frontera del tiempo, es una semilla que busca crecer y alimentarse de miradas y opiniones de tantos ojos y lenguas ausentes.
