El deseo de leer es ya un clá,sico, con veintisé,is añ,os de andadura y numerosas ediciones. Cuando se editó, por primera vez, aportó, una novedad un tanto insó,lita en el panorama de la animació,n lectora, panorama que, entonces, estaba en su formidable punto de arranque. Lo que el libro decí,a entonces y sigue diciendo hoy es que la lectura se hace, no se dice, que la lectura es, sobre todo, un acto de atenció,n y de contemplació,n, que la cualidad má,s importante para un lector -niñ,o, joven o adulto- es la tranquilidad, la ausencia de prisa. Porque tener prisa só,lo conduce a la inconsciencia, a la violencia, a la falta de entendimiento y al no disfrute inmediato -e incluso mediato- de la propia actividad lectora. Para leer era necesario -sigue siendo necesario y lo será, siempre- acomodarse bien, estarse quieto, guardar silencio y ser cordial con el libro que hemos asido entre los dedos de la mano. El deseo de leer pedí,a -y lo sigue pidiendo en esta primera edició,n en Mé,xico-, por tanto, tranquilidad lectora, algo que no casa bien con la prisa que habitualmente los profesores de lengua llevan para poder cubrir los programas -que no para descubrirlos en el dí,a a dí,a.
Por ello, la invitació,n que se hací,a en la primera edició,n de 1985, renovada ahora, consistí,a en que, para leer en el aula, el mejor sistema es observarlos tres momentos fundamentales del acto lector: el antes, el durante y el despué,s de la lectura.
Y para cada uno de esos tres momentos, El deseo de leer ofrece un conjunto de actividades, a fin de que la lectura se convierta en un acto de la inteligencia y de la reflexió,n, del sentimiento y del juego. Lo cierto es que, despué,s de veinte añ,os de poner en prá,ctica dicho sistema de acercamiento a los libros, el autor puede añ,adir al menos una cosa: que el invento sigue funcionando, como bien saben quienes han probado este «,viejo», mé,todo de aproximació,n al placer de leer.