El líder fascista se permite, de un modo que le es propio, locuacidades sobre sí mismo. Por el contrario, tanto el propagandista radical como el liberal han desarrollado la tendencia a evitar toda referencia a su existencia privada por mor de los intereses ?objetivos? a los que apelan: el primero para mostrar su naturalidad y competencia, los segundos porque su actitud colectivista correría peligro si dieran rienda suelta a su propia personalidad. Aunque esta ?impersonalidad? se encuentra bien fundamentada dentro de las condiciones objetivas de una sociedad industrial, evidencia una nítida debilidad cuando se considera la audiencia del orador.