Hitler no aparece sólo como el mago de los sentimientos populares, ni como el títere de grupos cultos. Para que triunfase fue necesario el encuentro de determinados elementos: por una parte, una personalidad vulgar pero dotada, que supo explotar el momento, y por otra, una situación social e histórica propia de Alemania, una sociedad burguesa en crisis y una civilización profundamente dividida. La experiencia nazi, aun en sus excesos, realiza en el corazón de Europa una tentación fáustica, por lo tanto plantea, no sólo un interrogante siempre actual sobre nuestros valores políticos y económicos, sino que obliga a un reexamen inquietante sobre el sentido de nuestra civilización.