JORGE AMBROSI

JORGE AMBROSI

$ 300.00
Pesos mexicanos (MXN)
AGOTADO. Informes: Llame o Escribanos
Editorial:
ARQUINE
Año de edición:
ISBN:
978-607-7784-60-9
Páginas:
104
$ 300.00
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áCuentan que hace no muchos años los arquitectos dibujaban cada tabique de una fachada y cada mosaico de un piso para tener el control, desde el proyecto, de lo que después se iba a construir. Sir Edwin Lutyens, por ejemplo, en sus largas travesías marítimas hacia la India, dibujaba y acotaba todas las piezas de mármol que componían las plantas y los alzados del palacio del virrey en Nueva Delhi. También Mies van der Rohe, Augusto H. Álvarez y tantos otros arquitectos de la modernidad dibujaban cada ladrillo para definir el aparejo, modulando las paredes con piezas enteras. El dibujo fungía de manual para su construcción. Pautaba un espacio. Y después, ¿o era antes?, llegaban unos croquis que se arrastraban obsesivamente una y otra vez sobre algún papel, cualquier papel. Quizá destilaban una idea, definían una composición, aterrizaban un esquema, pero, sobre todo, hacían tiempo.Ambos, tiempo y espacio, cimentan el proyecto desde el croquis hasta la retícula que lo atrapa en la computadora o el restirador. Edificar, el fin último del arquitecto, no es sino la parte terminal de un proceso que se ha ido construyendo en el papel, que se ha estado dibujando en la imaginación. Y que al fin, entre muchos, lo llevan a cabo para perpetuarse en la calle, en la ciudad, albergando a sus habitantes y envejeciendo dignamente.En el trazo de Jorge Ambrosi, en el valor que le da al dibujo, está un modo de pensar y construir que alberga tiempo y espacio a la vez. Su arquitectura austera y antiexhibicionista, tiene aquella modestia aparente de algunas casas californianas de Craig Ellwood, y de tanta vivienda popular anónima a medio construir. William Blake decía que detestaba la modestia, porque sólo es una máscara de la vanidad. En el caso de Jorge Ambrosi no es así. A lo sumo, es una cortina que tamiza el orgullo del que sabe que hace lo que debe hacer. Su trabajo es el de un conocedor –un gnóstico– en el sentido que cree y que sabe, que transmite una fe, una confianza para nada impositiva, que irradia con el ejemplo; un aura que matiza con una sonrisa para que no se confunda con proselitismo. No hay ánimo de convencer sino tan sólo de ofrecer. Ambrosi hace sencilla la complejidad, a la vez que huye de ese minimalismo de supermercado que tanto parodia Rudy Ricciotti.1 No dibuja renders ni hace animaciones, ya que para él la tercera dimensión

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