En 1854, el británico William Howard Russell fue enviado a cubrir las incidencias de la Guerra de Crimea. Lejos de enviar reportes a la medida del Estado Mayor, trazó con veracidad y crudeza los rigores de la contienda y los horrores estratégicos de los comandantes imperiales. Condenado por quienes esperaban sólo un dócil sirviente que los elogiara, y aclamado por soldados y público, el suyo fue el primer eslabón de un oficio que tuvo nombres gloriosos como el de Ernest Hemingway, George Orwell o Ryszard Kapuscinski.áAlgunos, como Ernie Pyle o Ignacio Ezcurra pagaron con su vida el acercarse demasiado a la línea de fuego. Otros, como Kevin Carter, encontraron en el suicido una salida después de tantos horrores reportados; en su caso, con una cámara fotográfica. Hugo Montero pasa aquí breve revista a nombres como los de Robert Capa o Vasili Grossman, y llega incluso a mencionar a Joe Sacco, cuyas viñetas de Sarajevo o Gaza sacudieron la conciencia pública mundial, y aún siguen impactándonos.áPero sobre todo, periodista él mismo, Montero no elude la polémica, pone la mira en temas de ética profesional y cuestiona los límites de una supuesta ´objetividad´ informativa, analizando el rol de medios actuales como la CNN y su papel como mera caja de resonancia y vocera de una política de Estado. El libro cobra así valor histórico y a la vez, se yergue como base de futuras e ineludibles discusiones.
