Apreciable maestra o maestro: No obstante que la ortografía es tan necesaria en cualquier circunstancia de la vida, usted y yo estamos convencidos de que anda de capa caída entre los alumnos de cualquier nivel educativo e, incluso, entre muchos profesionales. La aprecian, pero tal vez les aburra aprenderla y siempre temen no haberla aplicado correctamente. Ahora me acuerdo de que el primer día de clases de cierto año lectivo mis alumnos me preguntaron, para establecer las reglas del juego -sin duda-, si al corregir los exámenes yo rebajaba puntos por las faltas de ortografía. Mi respuesta fue terminantemente afirmativa: ¿ Qué podía esperarse en un curso de literatura mexicana y universal?. Apliqué el primer parcial. Supe entonces que mi respuesta debió haber sido terminantemente negativa: había calificaciones de menos mil. También me acuerdo de aquel metafórico letrero, di no a la ortografía, que encontré escrito en el pizarrón, y de la ácida broma que circulaba entre los muchachos: De hambre no te mueres, aunque sea de maestro de ortografía la haces. Temor y disgusto. Es lo que he querido evitar, con este libro, en el aprendizaje y la enseñanza de esa materia. Mi principal propósito fue que sus alumnos sintieran gusto, página por página, en aprender ortografía y aplicarla en cualquier situación . Por ello, me esforcé para que el alumno adquiriera buena ortografía: no por memorización de las reglas, sino por su deducción y aplicación de manera autodidacta o con breve explicación del profesor, en casa o en el salón de clases, según decisión del maestro a partir de actividades divertidas, como: los revoltijos endemoniados, laberintos, memoramas, invención de refranes, pénaltis de acentos, recetas de cocina, fabricación de ficheros y separadores ortográficos, etcétera.
