Según Edgar Allan Poe, el artista que fuera capaz de entregar un informe detallado de cómo procedió paso a paso hasta dar por terminada alguna de sus obras y que, por decirlo con palabras de Charles Baudelaire, pusiera al menos por una vez su corazón al desnudo (en lo que al proceso creativo se refiere), remontándose hasta la gestación de la misma, produciría uno de los textos más poderosos y honestos que puedan imaginarse, no sólo por la autoobservación y reflexión y acaso impudicia que supondría, sino desde luego por la desacralización de uno mismo en cuanto demiurgo y ya ni se diga en cuanto presunto genio.áEl Romanticismo, pero también otras muchas tradiciones y visiones del mundo -piénsese en la figura del dáimón dentro del universo griego clásico-, han tendido a convertir el proceso creativo en un enigma. Ya sea que se invoque la participación de las musas o de algún subrepticio e inconstante ´duende´, ya sea que aparezca como el fruto de un dictado cósmico en que el artista sirve apenas de pararrayos, o ya sea que proceda de un rapto del que a duras penas puede darse noticia en virtud de que el elegido/víctima ha sido arrastrado fuera de sí, ´tocado´ por un poder de orden superior, el origen y aun la elaboración de una obra de arte se diría que ha sido encapsulada durante mucho tiempo en una caja negra, en un contenedor arcano y a la vez impenetrable que, más que resguardar un secreto, pone a salvo la imagen del artista como Creador.
