Los grandes sobresaltos en los que vivimos nos empiezan a acuciar, a urgir que revisemos conceptos que circunstancialmente pudieran ser causa de algo que muchos empiezan a atisbar como fracaso. No encontramos los tesoros que buscábamos en las tres aventuras que emprendimos cuando nos fuimos de casa: el comunismo nos dejó una frustración, el fascismo una tragedia, y el liberalismo nos empieza a producir el hastío de la desesperanza, que es el peor de los hastíos.