Había u vez, en el país de los elefantes, u mada donde las elefantitas tenían que comer flores rosas para tener los ojos brillantes y la piel tan rosada y lisa como sus mamás. Para animarlas les ponían zapatos rosas, delicados cuellos y grandes lazos rosas. Encerradas en un vallado, veían jugar a sus hermanos ya sus primos, todos grises, revolcarse sobre la hierba y el barro. Pese a las anémos, pese a las peonías, Margarita era la única que no se volvía rosa. Su horrible color gris inquietaba profundamente a sus padres, que se preguntaban qué elefante iba a querer casarse con ella más tarde.