El bello canto de un ruiseñor hacía más ligeras las jornadas de un pobre pescador. Tan bello era su canto que un día el emperador quiso escucharlo. El ruiseñor alegró los oídos del soberano hasta que tuvo que enfrentar a un robot de oro, con idéntica tonadilla. La generosidad del ruiseñor que canta tanto para pobres como para poderosos queda plasmada en esta historia.