El primer lunes de abril de 1625, en la aldea de Meung, había u inusitada agitación. Todos los aldeanos que se dirigían a la hostería del Molinero Blanco podían ver y conocer el motivo de aquel extraordirio bullicio. Un joven de dieciocho años, sin casco ni armadura, vestido con ropilla de la, cuyo color azul, había ido tomando un tinte indefinible, y que por sus facciones descubría ser hijo de Gascuña, aun cuando no llevase el gorro del país, pues cubría su cabeza con uno que tenía u especie de pluma por adorno, de estatura sobradamente alta para un joven, pero pequeña para un hombre ya formado, y exhibiendo u larga espada pendiente de un tahalí de cuero, había entrado poco antes por la puerta de Beaugency, camino de la hostería, montando u cabalgadura que llamaba poderosamente la atención: un jaco de Bearne, amarillento, falto de cola, pero no de tumores en las piers, y que marchaba siempre con la cabeza más baja que las rodillas.